jueves, 27 de febrero de 2014

Laberinto

Acude a sesiones terapéuticas un chico de 13 años de edad, con el que hablo de su vida, y de cómo ve el mundo y lo que ocurre.
Un día  la conversación derivó hacia lo que, para él, es la suerte y el destino. Le pregunté  si creía en el destino y al decirme  que sí, le pregunté  cuál consideraba que era la diferencia entre suerte y destino. Me contestó que para él la vida es una especie de laberinto en el que vas tomando diferentes caminos y según el que tomas  llegas a sitios  donde has de resolver, saltar, entender, enfrentar…lo que sea preciso en el momento. Al final todos llegamos a la salida que es la muerte.
La muerte sería el destino y los caminos, la suerte en la vida.
Sin entrar en lo que cada uno creemos sobre esto,  todas las creencias son respetables como creencia, mi intención al escribir estas líneas es resaltar  el hecho de que un chico de, apenas, 13 años  ha creado una metáfora con la que explicarse la vida y lo que en ella ocurre.
Más de una persona se sorprenderá de que un tema tan importante ocupe la mente de un niño junto al baloncesto, la Play Station, y las chuches, por ejemplo, pero es así.
Si  nos permitimos parar un momento y dejamos a un lado  las ideas preconcebidas, sobre los niños, si hablamos con ellos, si les escuchamos descendiendo del pedestal de adulto-tengo-razón, encontraremos sorpresas y temas de conversación en los que aprenderemos cosas  interesantes, ¿o no te resultaría interesante saber que en tu propia casa hay una cabeza  que ya se plantea preguntas tan cruciales? Para y escucha ¡Te sorprenderás!
Por mi parte, he reflexionado sobre los laberintos, y me he encontrado con que, habitualmente, para las personas, el laberinto, la vida, es un sitio donde uno puede perderse, donde el peligro acecha en forma de minotauro, de locura, de no llegar al destino, a la salida; pero también están, ya casi olvidados, los otros laberintos, los de espejos y cristales que están en las ferias y parques de atracciones. En ellos también te puedes perder y, si no andas con cuidado, podrías darte de cara contra un cristal.
Pese a todo, nos gustaba montar en el laberinto, nos llenaba de satisfacción encontrar la salida, solucionar el enigma, dejar la locura atrás.
Si la vida es un laberinto, seremos nosotros, con nuestra actitud, los que decidamos si esta va a ser un desafío que superar mientras jugamos o por el contrario, va a ser un camino angustioso y lleno de amenazas en donde no vislumbramos la salida y si, la sombra terrible de un minotauro que casi nunca deja de ser una sombra.
Seamos niños, juguemos  en la vida.

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