Acude a sesiones terapéuticas un chico de 13 años de edad,
con el que hablo de su vida, y de cómo ve el mundo y lo que ocurre.
Un día la
conversación derivó hacia lo que, para él, es la suerte y el destino. Le
pregunté si creía en el destino y al
decirme que sí, le pregunté cuál consideraba que era la diferencia entre
suerte y destino. Me contestó que para él la vida es una especie de laberinto
en el que vas tomando diferentes caminos y según el que tomas llegas a sitios donde has de resolver, saltar, entender,
enfrentar…lo que sea preciso en el momento. Al final todos llegamos a la salida
que es la muerte.
La muerte sería el destino y los caminos, la suerte en la
vida.
Sin entrar en lo que cada uno creemos sobre esto, todas las creencias son respetables como
creencia, mi intención al escribir estas líneas es resaltar el hecho de que un chico de, apenas, 13 años ha creado una metáfora con la que explicarse
la vida y lo que en ella ocurre.
Más de una persona se sorprenderá de que un tema tan
importante ocupe la mente de un niño junto al baloncesto, la Play Station, y las chuches,
por ejemplo, pero es así.
Si nos permitimos
parar un momento y dejamos a un lado las
ideas preconcebidas, sobre los niños, si hablamos con ellos, si les escuchamos
descendiendo del pedestal de adulto-tengo-razón, encontraremos sorpresas y
temas de conversación en los que aprenderemos cosas interesantes, ¿o no te resultaría interesante
saber que en tu propia casa hay una cabeza
que ya se plantea preguntas tan cruciales? Para y escucha ¡Te
sorprenderás!
Por mi parte, he reflexionado sobre los laberintos, y me he
encontrado con que, habitualmente, para las personas, el laberinto, la vida, es
un sitio donde uno puede perderse, donde el peligro acecha en forma de
minotauro, de locura, de no llegar al destino, a la salida; pero también están,
ya casi olvidados, los otros laberintos, los de espejos y cristales que están
en las ferias y parques de atracciones. En ellos también te puedes perder y, si
no andas con cuidado, podrías darte de cara contra un cristal.
Pese a todo, nos gustaba montar en el laberinto, nos llenaba
de satisfacción encontrar la salida, solucionar el enigma, dejar la locura
atrás.
Si la vida es un laberinto, seremos nosotros, con nuestra
actitud, los que decidamos si esta va a ser un desafío que superar mientras
jugamos o por el contrario, va a ser un camino angustioso y lleno de amenazas
en donde no vislumbramos la salida y si, la sombra terrible de un minotauro que
casi nunca deja de ser una sombra.
Seamos niños, juguemos
en la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario